El pintor y la luz

Hubo un pintor que andaba por donde no hay caminos escritos en busca de la luz perfecta.

En cierta ocasión, un rayo se abrió paso entre las nubes y formó un abanico sobre las colinas lejanas. Bajo aquella luz, todo cobraba vida nueva.

El pintor se quedó prendado de aquel cielo, pero cuando quiso pintarlo, la luz se extinguió.

Volvió al mismo lugar un día tras otro. A la misma hora y a la hora contraria. Hubo otras luces, pero ninguna como la de aquel día.

Soñaba con ella, dormido y despierto. Sin la luz, todos los paisajes le parecían tristes. Anduvo otros caminos y la luz siempre se le escapaba.

En uno de aquellos días, la luz asomó entre los árboles. El pintor apretó el botón de su cámara, pero la máquina era incapaz de atraparla.

Intentó pintarla de memoria. La veía cuando cerraba los ojos, pero cuando los abría, la oscuridad desbarataba su imaginación.

La luz era la fuente de la que todo manaba y no era posible fijarla. Estaba tras cada vibración, oculta y a la vez visible. Bajo ella, las pequeñas cosas brillaban como joyas. Lo grande se expandía hasta el infinito.

En su búsqueda, el pintor se alejó de su hogar y vio los paisajes más hermosos. Atravesó desiertos, mares y junglas. En todas partes la luz era distinta y a la vez la misma. Transitó por ciudades inmensas y la vio reflejada en los ojos de sus habitantes. Subió a las montañas más altas, pero la luz moraba mucho más arriba.

¡Cuántas cosas vio el pintor! Guiado por la luz, ningún mal era posible. A veces suspiraba:

—Si pudiera capturarla con mis pinceles, tendría el cuadro más hermoso del mundo.

Así pasaron los años y su pelo se volvió blanco. Su espalda se dobló y su mano comenzó a temblar. Sus cuadros, sin embargo, eran cada día más luminosos.

Pero un día, su vista se nubló y dejó de ver. Todos quisieron consolarlo, desconocían que el pintor tenía en su memoria tantos paisajes como días había vivido. Y en todos ellos la luz estaba presente. 

Ya no tenía que perseguirla, la luz estaba siempre con él. Le bastaba con sentarse serenamente bajo el aire de cada día.

Fue así como el pintor alcanzó la luz y ya no volvió a perderla.

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