La saga de películas Matrix estimuló a una oleada de espontáneos filósofos que vieron en ella un relato de profundidades casi místicas, una metafísica renovada con los motivos de la postmodernidad. Ciertamente, la matriz de Matrix es metafísica, pero ni es nueva ni se engarza con las cimas de la ontología, sea occidental u oriental. Estas películas, básicamente, calcan la estructura de la mitología gnóstica, tan solo cambia el contexto histórico; de los primeros siglos del cristianismo pasamos a un no-tiempo futuro en el que las máquinas se vuelven hacia sí mismas y dejan de servirnos para esclavizarnos. Los motivos de esta tragedia cósmica son tan oscuros como la faz de cualquier divinidad. Citemos ahora a la Wikipedia:
El gnosticismo (del griego antiguo: γνωστικός gnōstikós, «tener conocimiento») es un conjunto de antiguas ideas y sistemas religiosos que se originó en el siglo I entre sectas judías y cristianas antiguas. Estos varios grupos enfatizaban el conocimiento espiritual (gnosis) por encima de las enseñanzas y tradiciones ortodoxas y la autoridad de la iglesia.
https://es.wikipedia.org/wiki/Gnosticismo
Con esta breve información nos vale, quien quiera más tiene toneladas de estudios al respecto. A continuación sigue un esquema muy somero y general de la trama soteriológica de esos gnosticismos antiguos:
El verdadero Dios está mucho más allá de la materialidad, es el absoluto espiritual inmaculado y contenedor de todo lo posible. Por una serie de inexplicables peripecias, que los gnósticos explican con una barroquísima mitología de seres divinos que se suceden unos a otros, ha surgido un tal Yahvé, que por supuesto no es el Dios supremo, sino un demiurgo artero que lo pretende, el malo de la historia que crea el mundo material a su gusto. No puede evitar, sin embargo, que una chispa de la suprema espiritualidad perviva en este basurero de cuerpos que nacen y mueren. Los hombres, en tanto cumbre de la creación mundana, son los depositarios de esa chispa. Está en ellos la posibilidad de regresar al seno de la verdadera divinidad, pero para ello habrán de despertar y recorrer la senda que los llevará desde su grosera materialidad hasta la excelsa espiritualidad que los reúna con el Uno (como vemos, está ejercitado el tópico neoplatónico de la escala de los seres). El que despierta es el gnóstico, sujeto privilegiado frente a la chusma que no se entera de nada y sigue durmiendo (o mirando las sombras de la caverna, auténticas realidades virtuales). El gnóstico conoce, pero no racional o lógicamente, sino existencialmente, si se nos permite el anacronismo, el suyo es el conocimiento del iluminado que ha intuido la verdad absoluta, y la verá porque sabe el camino de regreso (parece ser que las experiencias de éxtasis en las que se ensayaba la escalada mística no eran infrecuentes entre estas sectas). ¿Y quién es Jesucristo? No el hijo de Yahvé, sino un enviado del Dios supremo para despertar a los humanos, o a los que pueda. Hasta aquí el delirio gnóstico, con el que se equipara muy convenientemente el de Matrix. Veamos: ¿quién es el Dios supremo? La humanidad. ¿Quién es el demiurgo perverso? Las máquinas. ¿Cuál es el mundo de la materialidad grosera? El mundo falso de la realidad tecnológicamente construida. ¿Quién es ese grupillo de insurrectos que conducen naves voladoras? Los gnósticos, los despiertos. ¿Quién es el Cristo enviado? Neo, el elegido.
El relato de Matrix, por supuesto, está soportado por la ingeniería fastuosa de Hollywood, por su conveniente pizca de romance, por las típicas dudas existenciales de los protagonistas, que tienen así su barniz de profundidad, por sus gags memorables para la cultura popular (la píldora de colores) y por sus escenas de acción interminables y rocambolescas. Si le quitas todo esto, ¿qué queda? Gnosticismo de la vieja escuela (hay Gnosis revistada, como todo).
Y por cierto, decir que Matrix es una historia filosófica es decir muy poco, porque todas las historias contienen sus filosofías, sus modos de ver el mundo y sus especulaciones, más o menos disparatadas.