A veces el entusiasmo llega a nuestra puerta
y ve la sombría ceniza de nuestra respiración.
Entonces no sabe si entrar o dejar
que nos agostemos hasta el sueño.
Ya habrá un mañana, parece pensar,
un mañana de pasos indecisos
que soliviantar, y se va de puntillas
para no ser notado. Nos deja solos,
carentes de una gracia elemental
que esperamos como lluvia de verano.
Pero si nos levantásemos, veríamos
al visitante llegar y nunca entrar;
se marcha siempre flotando y jamás posa
las pezuñas en la tierra ni tañe su flauta,
quizás ni sepa. Solo deja como rastro
un aroma a sudor y aguardiente.
No es él quien ha de visitarnos,
sino nosotros quienes hemos de hallar
el camino a su guarida.
Antología del desperdicio, Martina Berrueco, p. 25