Sequía

Vino el mercader y vio
que ya nada quedaba en el mercado,
que las tiendas estaban vacías, que no había
jarrones, flautas, alfombras ni alhajas;
que ni siquiera había tiendas, sólo desierto.
Todos decían: no nos importa, desconocemos la sed.
Pero el mercader aún la conocía, así que tomó un atajo
e hizo que cesara la lluvia interna,
y eso era sequía sobre lo ya seco.
Y como antaño el cultivo, se secaron los sueños,
que necesitan tanto de las sales de la tierra
como del manantial interior.
El mercader levantó de nuevo el mercado
y sobre él tendió fantasías que traía revestidas de zafiro,
sueños brillantes engarzados de rubíes,
quimeras infinitas envueltas en burbujas de plata
que flotaban en el aire como el humo de las pipas.
Y todos, desvelados, corrieron al mercado
para dejarse nuevamente la sangre.

Somos manantial, p. 11

Deja un comentario