Miedo

Nada queda que merezca nuestro temor,
todo lo indómito yace bajo las alfombras,
las estepas carecen de ventisca
y la ceniza se ha impuesto a los caminos.

Aún así,
es el miedo la ley,
ninguna otra. Nada hay
que desbroce las miradas,
los hogares yacen hundidos en ese
oscuro cimiento sobre el que arrojamos
las palabras. Clamamos al cielo
y pueblos enteros se desuellan
bajo el firmamento. Los bufones gritan:

¡Alegría!
¡Vestimos la piel del lobo!
No hemos ya de temerlo…

La sombra que veíamos en sueños,
aquella a la que dimos los primeros nombres
antes que a la luz,
aún circula en nuestra sangre.
Tenemos miedo de nosotros mismos

solamente

y sobre eso hemos erigido el Verbo.

Somos manantial, p. 14

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