Camino descalzo siempre
y el mundo es una eterna playa de húmedas arenas
en donde no hay mar y tierra,
sino sólo la parte en que ambos se lamen
como perros recién casados.
Son sus lenguas las que borran mis pasos
justo después de haber sido pronunciados.
Marchar contra el viento
es la sabiduría de los desterrados;
el viento es un demiurgo de afuera, de los páramos,
él no existe entre las calles,
no se da su mano en nuestra espalda
para esparcirnos el paso.
Hay que ir hacia él con el rostro alto,
con la ropa aplastada por su garra, ansia total
y austera que nos lleva, con la felicidad tímida
y contenida que estalla en un suspiro.
Tira de nosotros, tira y tira.
Está allá, nos lleva, nos aleja,
nos devasta y nos irradia el cabello
para hacer de nosotros dioses solares
que no necesitan luz ajena para la nitidez
exacta y postempírica de ser
la luz de sus ojos lo mirado.
Todo lo vemos, ¿veis?
Los azares son flores marítimas
que anidan en el polvo estelar.
Los perfumes danzan como cuerdas vibrantes.
Las caricias llegan desde las ortigas del pensamiento
y besan los pasos que se atreven a ir
más allá de las caravanas.
Sí. Ahora todo lo vemos con los ojos del viento.
Canto del ausente, Gesta cuarta, pp. 38-39