La tesis que aquí se expone es la siguiente: muchas obras del arte actual se presentan envueltas en el texto de su justificación, en el texto del catálogo en el que están insertas, como si estuviesen atadas a él de modo necesario, cuando en realidad la obra en sí, en su formalidad material-conceptual, no tiene porque remitir necesariamente a ese texto. El artista toma su subjetividad intencional como inscrita en su obra; como si la potencia de las ideas, las experiencias y los sentimientos que le han llevado a crearla quedase encastrada en la propia realización material de tal modo que el público, aunque desconozca ese origen, debe oler y experimentar esa intención, intuir, cuando no reconocer, las mismas ideas y los mismos sentimientos. En realidad, tal cosa no sucede. Toda obra de arte, extirpada de su contexto de justificación, se sostiene solo en su materialidad, y es desde esta materialidad desde la cual se construye (que no re-construye) la experiencia estética y la opinión del público.
Veamos algunos ejemplos que tomamos de esta fuente: vanitatis.elconfidencial donde un comisario experto nos explica cuáles son y por qué las obras más interesantes de ARCO 2023. De la obra de Teresa Margolles Vestido para concurso de belleza en México, dice lo siguiente:
Este vestido de noche representa lujo, sofisticación, belleza… Elementos todos ellos muy vinculados a la felicidad. Lo que Teresa Margolles quiere decirnos es que no siempre somos conscientes de lo que se esconde detrás de las apariencias. Cuando nos acercamos al vestido vemos una serie de cristales cosidos a la gasa que, en verdad, son vidrios de los coches reventados por El Chapo Guzmán tras un tiroteo en Culiacan, en México; coches y personas, claro está. Estos cristales remiten a muerte, a sufrimiento, a lo que se oculta tras muchas de esas mafias del narcotráfico, tantas veces vinculadas al lujo. Margolles nos da una bofetada por ser cómplices de elementos que reflejan belleza, pero detrás arrastran dolor y muerte.
Lo que se esconde detrás de las apariencias puede ser cualquier cosa. Semejante expresión, usada para dar profundidad, realmente debería movernos a la sospecha filosófica, ¿qué se entiende aquí por apariencia? En este ejemplo no se trata, desde luego, de una preocupación metafísica, sino más bien económico-política, y la artista nos recuerda que el contexto de producción de muchos de los productos que el mercado nos ofrece son a veces siniestros y horribles. Pero, para recordarnos semejante obviedad ¿es necesaria esta obra?, ¿no basta con decirlo así, simple y llanamente? Si se quisiera profundizar en el problema, habría que recurrir, en todo caso, a informes periodísticos, históricos, sociológicos, etc. Un objeto artístico por sí solo no profundiza en nada, tan solo puede aspirar a un impacto estético, pero solo después de que se nos haya instruido, a través del texto correspondiente, sobre cómo impactarnos.
De la obra Atriles entre los árboles (fondo manganeso) de Cristina Lucas, se dice:
Cristina Lucas es la artista española más interesante del momento. Esta obra es un retrato tuyo, mío, de la fotógrafa de este reportaje. ¿Por qué? Porque es un análisis clínico. Todos los seres humanos compartimos 26 elementos esenciales de los 92 que contiene la corteza terrestre: hierro, fósforo, calcio, magnesio… Cristina toma estos elementos que están en nuestros análisis clínicos y les da el color que su pigmento tiene en la naturaleza y así realiza esta pieza hecha con la misma materia que compone el cuerpo humano. Es el retrato de todos nosotros. Estos son los colores de nuestro cuerpo. Una obra brillante.
De la que además se informa que está elaborada con Pigments, rocks and elements, que no es decir mucho, porque todo lo pintado lleva pigmentos, y los elementos ¿a qué se refiere? Se dirá que esos son los elementos usados como base para los pigmentos, pero tal cosa es imposible de saber salvo que se explique, y no aporta nada distintivo a la apariencia material de la obra que no se pudiese haber logrado sin esos elements. En realidad, lo que vemos es una pintura abstracta a la que gratuitamente se le asocian los «elementos esenciales». Cualquier otra asociación hubiera sido posible, ¿por qué no, jugando con los colores y las rocas, las banderas apegadas a un territorio como una crítica al patriotismo?
Érase una vez una mujer, de Alicia Framis, tiene también su párrafo:
Con estas piezas, Alicia Framis habla del techo de cristal de las mujeres en la sociedad contemporánea, pero va más allá haciendo referencia a todas las mujeres que a lo largo de la historia han llevado sobre sus cabezas el peso del agua, de la fruta, del sustento, de la economía doméstica. Han pasado siglos, culturas, y las mujeres siguen soportando ese techo de cristal. Las esculturas están situadas sobre una peana y sobre esta hay un espejo en el que todos nos vemos reflejados porque todos, como sociedad, somos cómplices de los techos de cristal.
Al contrario que las anteriores, esta obra es bastante explícita, siempre que uno esté al tanto de las ideologías dominantes; consiste en varias figurillas étnicas de mujeres sobre espejos, para que te veas bien y te sientas culpable, con cristales sobre la cabeza. Más simple, imposible. La cuestión artística, en tanto que formal y material, parece una excusa para que la artista nos arroje su sermón, el cual puede ser muy justo, pero no necesita para su causa de estos montajes. Podemos imaginar cierta voluntad de impacto mediático, en cuyo caso hablaríamos de simple propaganda.
De Ici repose notre bien aimé Pablo Picasso, de Eugenio Merino, se dice:
Eugenio Merino es uno de esos artistas capaz de transformar sus piezas en interesantes relatos del arte contemporáneo. Esta pieza habla de cómo las instituciones pueden llegar a instrumentalizar una figura como la de Picasso para utilizarla en su propio beneficio. Este año se cumplen 50 del fallecimiento de Pablo Ruiz Picasso y tanto el Gobierno como la ciudad de Málaga, y quizás los españoles en general, lo hemos instrumentalizado obviando cuestiones como sus extremismos de izquierdas o su exilio. Usamos su nombre obviando lo que no interesa. Ya que Picasso se ha convertido en un selfie para las instituciones, que sea ahora un selfie para todo el mundo, un selfie masivo.
La instrumentalización que aquí se denuncia es de nuevo bastante obvia. De lo que no parecen percatarse muchos artistas contemporáneos es de que su propia obra denunciante también está instrumentalizada al formar parte de los circuitos del Artworld. Todas esas denuncias que saturan las ferias y galerías no tienen ningún recorrido fuera, salvo que caigan en una provocación grosera, y son el alimento de un mercado que se nutre de las ínfulas visionarias de los creadores.
Por supuesto, las denuncias quieren llamar nuestra atención sobre los grandes temas de la actualidad, como el cambio climático. Veamos este último ejemplo sobre la obra de la ya citada Cristina Lucas, esta es la fuente: plataformadeartecontemporaneo.com
Según la interpretación que aquí se da, la artista «nos advierte sobre la globalización y el cambio climático». Dejando aparte el tema de la globalización ―porque habrá que ver qué se entiende por tal―, sorprende ese arrojo de venir a decirnos lo que ya dice todo el mundo, y lo que desde luego dicen muchos científicos con bastante mayor fundamento ―y no sin polémicas―. Pero claro, la artista nos lo dice plásticamente con su obra, con su uso de los colores grises que emulan un encuentro entre una tierra cubierta de hollín y un agua sulfurosa. Desde el punto de vista plástico, la obra es ciertamente notable, pero lo pertinente aquí es el modo tan poco disimulado con el que se vinculan gratuítamente ciertos productos artísticos con las ideas dominantes. Porque por mucho que se diga de la artista, al tiempo que se proclama su feminismo, que se «enfrenta al relato construido, aquel que se da por hecho o que se cree natural, y lo cuestiona buscando sus grietas para quebrarlo», su relato no es precisamente subversivo, sino todo lo contrario. El grueso del arte contemporáneo, como buena ramificación de lujo del capitalismo dominante, va a favor de corriente. Las abundantes denuncias ecologistas, demócratas, antifascistas y feministas son el relato oficial ―invito a cualquiera a defender relatos opuestos, ya verá qué palos le caen―, y su narrativa es tan poco natural como la de sus enemigos. El último párrafo nos ilumina aún más:
Lucas evidencia con sus trabajos que el sistema económico actual no es una abstracción, sino que nos afecta de un modo muy directo y siempre se concreta dejando marcas sobre nuestros cuerpos, esos que, como su serie Composiciones, están formados por los mismos elementos que la industria se encarga ahora de comercializar o manipular para transformar en mercancías con las que traficar. Lucas propone darle un nuevo sentido a la historia, detenerla en un presente continuo, en un tiempo de ida y vuelta, que nos haga conscientes del momento que estamos viviendo para plantear nuevas posibilidades de un futuro que, de otro modo, no existirá.
En la denuncia del sistema económico actual no entra, desde luego, el arte, tan mercantilizado o más que cualquier otro ámbito. Por otro lado vemos, en la referencia a esas marcas sobre nuestro cuerpos, la influencia omnipresente a los postmodernismos y sus biopolíticas, de nuevo alimento mainstream para los filósofos cosmopolitas, que ven explotación y tráfico de carne humana por todas partes, como si estas cosas no fueran una constante de la historia y nuestra época no estuviese, precisamente, aplacando y denunciando como nunca esas dinámicas atroces (lo que estoy sugiriendo es que todos estos denunciantes no son los causantes del progreso, sino sus consecuencias). La cita se resuelve con una abstrusa referencia al tiempo y al sentido, pura fanfarria idealista que no dice nada. En cualquier caso, no atribuimos esta palabrería a la propia artista, aunque seguramente se sentirá adulada por tan altisonantes referencias, sino a los escribientes de la mercadotecnia artística ―críticos, comentadores, galeristas, comisarios y Connaisseur de todo tipo―, que necesitan darle a su producto una pátina de profundidad que disimule su materialidad llana. En definitiva, lo que tantas veces se despliega en el arte contemporáneo es una filosofía espontánea que solo por estar ilustrada en metáforas visuales, unas veces demasiado crípticas y otras demasiado obvias, pretende elevarse y alumbrar a un público no suficientemente concienciado con todos esos problemas que laceran el alma del artista. En realidad, lejos de ser el privilegio de las sensibilidades creadoras, la denuncia y la solidaridad son tópicos de la ideología dominante de nuestros días, un tópico en el que es fácil caer desde el pedestal de la prosperidad, porque ¿quién no es una persona sensible y preocupada por los problemas ajenos, por el sufrimiento del otro, de las minorías? ¿Acaso hay en el mundo otra cosa que minorías sufrientes y explotadas que nosotros, los artistas contemporáneos comprometidos, rastreamos y denunciamos?