Los mitos de la prensa libre

Tomamos la expresión «medios de comunicación» en su acepción común: empresas que elaboran y difunden mensajes. Su producto es presentado como la información, no como una información cualquiera, sino como los sucesos relevantes. Estos medios se justifican, a través de sus profesionales, con los siguientes mitos:

  • Mito de la objetividad. Como si el filtro de su actividad no existiese o fuese tan limpio que los hechos pasaran a través de él «tal como son», sin contaminar. Así son posibles eslóganes como «así son las cosas y así se las hemos contado». Contra el mito, se ha de defender que lo que los medios ofrecen no son las cosas mismas, sino un producto construido a partir de materiales diversos y según métodos y técnicas especializados, y por supuesto según un sesgo ideológico.
  • Mito del «servicio público». A partir de un supuesto «derecho a la información», los medios se justifican como necesarios y esquivan cualquier ataque conectándose con los «derechos humanos». Pero no existen tales derechos en tanto que naturales y universales. Todo derecho es positivo, situado e histórico. De aquí se derivan expresiones, ante una crítica a un medio concreto, como la de «matar al mensajero», como si ese mensajero fuese un heraldo divino cuya voz inocente se reduce a difundir una verdad objetiva, en conexión con el mito anterior. Contra esto habrá que defender no la necesidad de unos medios en concreto, sino la funcionalidad de los flujos de comunicación que, independientemente de la forma que adopten, están necesariamente presentes en toda sociedad y representan su conflictividad interna. Respecto al derecho a la información, diremos que lo que realmente existe es la realidad efectiva de la circulación social de la información, lo pertinente es cómo circula y quién la controla. Es una cuestión política, porque las facciones y las ideologías, los grupos diversos, agentes sociales, empresas, etc. operan cada uno para controlar esos flujos, o para labrar su hueco. La sociología informativa está por tanto determinada por las formas políticas, y no al revés.
  • Mito de la independencia o de la imparcialidad. Mediante este mito se quiere justificar el contenido mediático, y en especial sus líneas de opinión, como no contaminado por intereses espurios. Así se justifica la expresión «cuarto poder». Pero no hay tres poderes ni cuatro, en tanto que repartidos en competencias, sino uno solo disputado por diferentes facciones o partidos. Contra el mito, por tanto, habrá que reconocer la necesaria inserción y participación de los medios en su entorno, su sesgo político inevitable, declarado o no, y sus servidumbres económicas que, de mil sutiles maneras, conforman sus contenidos. Es decir, no son un cuarto poder, sino un instrumento al servicio de las facciones que se disputan y reparten los pedazos del poder único. Estas facciones no se reducen a los partidos políticos que compiten en las elecciones, incluyen también las ramificaciones de estos partidos en la sociedad y cualquier agrupación que, aun no participando en el juego de los gobiernos, opera en favor de intereses propios y usa sus propios medios de comunicación.

Con estos mitos se oculta, además, el carácter de mercancía de los contenidos que estas empresas mediáticas elaboran. Un producto que se muestra en continuidad, y muchas veces en confusión, con otros que usualmente se califican de espectáculo u ocio (el fútbol, el corazón, las galas televisivas, los concursos y juegos, la cultura, etc.). Se evidencia así el carácter de producto para el divertimento, para la evasión, para la sujeción y la venta de audiencias, de la información periodística, especialmente en la televisión. Tal cosa se muestra con ejemplos como los siguientes: algunos informativos dan las noticias con música de fondo como si fueran escenas de una película. Otros se alimentan incesantemente de las mismas secuencias, o aprovechan el mismo diseño para la mañana, la tarde y la noche, productos rellenos con el cebo vacío de los «testimonios humanos», sujetos anónimos que diciendo nada dicen lo que quiere decir el medio. Se dan premios a sí mismos y son constantes las referencias onanistas a los mitos que aquí se han expuesto. En la televisión, las sujeciones ideológicas están diluidas en la espectacularidad del medio, salvo en los programas de más profundidad en los que abundan las luchas dialécticas entre dos grupos de tertulianos encastillados sectariamente en bandos extremos (en realidad, el bando del medio de comunicación contra un espantajo en el papel del malo). En los medios que se autodenominan más serios, prensa y radio, el sesgo ideológico es más patente, aunque muchas veces camuflado bajo una apariencia de rigor informativo, pero se descubre fácilmente en la desmedida atención que gozan algunos temas frente a la desatención de otros. Por último, como muestra de lo ridículo que pueden llegar a ser los informativos de televisión, con frecuencia ocupan su escaso tiempo con noticias cuyo único mérito es estar grabadas (como chinos cayéndose de la moto o excursionistas perseguidos por osos), puro espectáculo.

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