Todo está en perpetuo movimiento.
Nada se repite.
La identidad es una sofistería
propia de espíritus tercos.
Pero escuchad los pasos de todo
lo que se mueve. Callad, ¿no oís
el rumor incesante del vacío?
En sus senderos siempre hay plenitud
de peregrinos, pero sólo él permanece
como un guía invisible, coordenadas
de la indiferencia que no señalan
ninguna posición.
Sin embargo, se dan los hogares
por relación a los pasos. Allá,
bajo los arcos del cielo, reposan
los exhaustos; el hogar es el vientre
que camina por ellos, la postración danzante
que se bambolea entre la espuma
como una balsa de madera muerta.
Al amanecer, todos se levantan
entre niebla y tartamudeos,
abarrotan los mercados al grito
de su carne, como si la lucha
contra el silencio fuera el sentido
de su existencia.
Barniz saturado para aplacar la aspereza
de su respiración,
de la imagen que se repite tercamente
en el espejo, aun cuando sabe
que está siempre en otro momento,
atravesada de silencio y de espera,
de arañazos cincelados en el aire.

 

Hipótesis, p. 34

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