Cómo no sentir el empuje de tantas gentes
cada mañana. Lo sentimos
en el vientre
y en lo alto
de la cabeza
como un aliento ácido que nos despeina.
Cómo no sentirlos
allí clavados, en el hambre del sueño.
Cómo no sentirlos si gritan
desde sus minaretes y ciegan el mar,
desorientados lo buscamos
con nuestra humilde barcaza entre la manos,
y así vagamos, entre siniestros parkings
mal señalizados,
entre metálicas radiofonías
y huecos ademanes.
Cómo no sentirlos
cuando quisiéramos un poco de silencio
y todos, TODOS, nos persiguen gritándonos
al oído lo que les pasa en la entrepierna
y en el calvario de sus vientres.

Todo debería ser gratis, XVI, p. 26

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