Un viejo lema enseña que nada hay en el intelecto que no haya estado antes en los sentidos. Pero también es cierto que el intelecto combina a capricho los materiales que recoge del pozo tumultuoso de donde los recibe. Ese pozo se abisma no solo en el ignoramus, también en la mirada que busca compasión. Los relatos se construyen en común, al menos su parte no expresada, aquella hecha de bordes afilados bajo la luz que aparta unos días de otros. De ahí han surgido los dioses sin que nadie parezca haberlos invocado. De ahí los héroes y los monstruos, enemigos y amantes como lo son el coraje y el pánico, la vida y la muerte. Y en su centro de masas, el sacrificio.