Todo cuanto el cuerpo puede amar
está hecho de roces y vibraciones.
Todo cuanto puede ser objeto de nuestro deseo
es un murmullo rompiente contra los muros.
La luz los penetra y nada en la vida
conoce el vacío o la quietud. Nada nos niega,
todo nos afirma la constante respiración
y cada exhalación es una palabra no pronunciada
y cada palabra es un hiato buscando un vacío.
Todo cuanto podemos decir es una danza antigua
removiendo la tierra.
Los muros se agrietan o se deforman,
pero entre sus arcos siempre hay densidades
capaces de refractar todos los rayos.
Antología del desperdicio, Ramiro López-Canetti, p. 12